Contempló el panorama con los labios y el ceño fruncido, y humedeció su pañuelo con el agua que le ofrecían para colocárselo sobre la nariz y poder respirar algo puro de entre toda aquella nube de gas tóxico. La vista no era precisamente encantadora; todo ennegrecido, muerto; las casas destrozadas, la ropa volando vacía, sin cuerpos
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